Wednesday, June 22, 2005

MALDITA MENTIRA

QUE HACES CON UNA MENTIRA DESPUES DE 6 AÑOS DE SER REAL.....??????? Que puedes hacer de la verdad, despues que ya no esta... y te revelan el macabro teatro de la cruda realidad ante tus ojos.. como sacar tan agobiante dolor y cegarme con la felicidad de la mentira?.. como perdono ahora a la vida al saber que no eras una si no que eras dos... que no perdi a una si no a dos.... Maldita mentira.. te extraño mentira...

Saturday, June 11, 2005

Pena de muerte

Desde hace ya varios años, comentan que elevado sobre un campo estéril de piedras en forma de losas, un presidio se hace eco de la espera que hace un reo de su muerte. Nada de peculiar tiene este acontecimiento, salvo lo caprichosos que pueden llegar a ser en ocasiones los sentimientos.



El interno número 8.343 es un hombre joven, con apenas cuarenta años, de aspecto desaliñado y pelo completamente blanco, quizás debido a la angustiosa cita que tiene pendiente con una dama, una dama negra que arrancará con su voltaje su último aliento de vida. Sus ojos son tristes, tristes como el paisaje que se divisaba a través de los barrotes de acero de su celda. En su mano derecha sostiene un lápiz sucio y gastado por el continuo roce con las hojas.

En el pabellón de los reos, la jornada comienza a las siete y cuarto de la mañana, cuando una anciano funcionario de prisiones camina despertando uno por uno a todos condenados. Estos varían en número dependiendo de a cuántos de ellos el juez de instrucción haya decretado la ejecución de la pena capital en el día anterior. Mísera y breve es la vida en el pabellón de los condenados.

Hoy el anciano funcionario de prisiones no viene sólo, cerca ya su jubilación, le acompañía un joven heredero de su profesión, al que hace tesorero de los últimos y más mínimos detalles de su recién adquirida ocupación. Poco antes de llegar a la celda del interno mencionado, el anciano se detiene dirigiendo la mirada a su novel compañero.

-¿Ves esta celda vacía? -le pregunta retórica mente, dirigiendo el dedo índice sobre el frío metal de la puerta. El joven afirma vigorosamente, tembloroso, abriendo las pupilas como queriendo engullir con ellas la oscuridad de la celda.

-Aquí -continuó el anciano -no debes golpear estrepitosamente con la porra, como haces con los demás presos para despertarles, límite a llamar suavemente dos veces y espera.

Así lo hizo y al realizar el segundo tope observó cómo se deslizaba una carta por debajo de la puerta, la cogió y se la dio a quien hacía ahora de su maestro.

-¿Qué significa esto? -le interpelado al joven.

El anciano le hizo un gesto con la cabeza indicando que continuarán con el recorrido. Al llegar al final del pasillo junto a unas celdas vacías, le miró a los ojos.

-Me trasladaron a esta penitenciaría como funcionario hace un año y medio, cuando me instruyeron yo pregunté lo mismo, y no me dieron más respuesta que seguir las mismas instrucciones que yo te he dado. Ahora a punto de jubilarme, debo reconocer que intrigado leí algunas cartas y discretamente investigue su paradero. Según cuentan, el hombre que habita este calabozo fue condenado a muerte años atrás, la serie de hechos que rodeaban el juicio, así como lo complicado del mismo, hicieron que el pleito sé alargara más de lo habitual, sucesivas vistas y aplazamientos, hicieron que despertara en el corazón del entonces acusado, un profundo sentimiento de amor encarnado en la toga sumarial que lucía en lo alto del estrado, la juez que instruye el caso, su verdugo. Curiosa gentileza del destino la de conceder a un hombre tan macabra desdicha. Desde entonces y desde que ingresó en prisión, escribe una carta cada día, una carta de amor diaria que lejos de pedir clemencia por su vida, las llena de poesía y sentimientos profundos hacia su verdugo.

El joven funcionario escuchaba atónito el amargo relato que el anciano contaba con tristeza.

-¿Por qué no dejar las cartas en su celda? -interpeló el muchacho, con una opresión en su cuello que le dejaba apenas sin aliento. -Cesar en su recogida diaria, son cartas huérfanas, sin respuesta, conozco el reglamento y esta terminantemente prohibido el correo en el pabellón de los condenados, este hombre vive un amor imposible.

El anciano miraba con asombro a su compañero.

-¿Acaso quieres tú adelantar su pena de muerte? -preguntó al joven.

-¿Adelantar yo?... Usted no lo entiende, este pobre desdichado sufre un amor no correspondido y del todo desquiciado, escribe cientos de cartas y ni siquiera tiene una respuesta.

Esta vez el anciano respondió con tranquilidad, una triste sonrisa suavizó sus rasgos cargados de profundas arrugas.

-¿Sin respuesta, dices? Si consultas los archivos de esta penitenciaría hallarás la respuesta. De todos los hombres que han pasado por este pabellón, esta antesala de la muerte, no encontrarás uno solo que haya permanecido más de una semana. Y es él, el único condenado que permanece a la espera de la ejecución de su pena por más de cuatro años.-Sus manos desgastadas y temblorosas desplegaron la carta, con apenas un susurro de voz leyó:

Tengo tiempo sin tenerlo en mi soledad acompañada, soy libre, si libre porque siento, jamás nadie podrá apresar un sentimiento, lo digo bien alto porque es todo cuanto tengo. Quiero decirte que para mi no existe mayor condena que no poder tenerte, pero hoy me he dado cuenta de mi ciego egoísmo y quiero que sepas, amor mío, qué me conformo con sentirte.

Friday, June 03, 2005

enemigo invensible

Erase una vez un castillo abandonado. Antigua morada de grandes y generosos reyes. Estaba casi derruido, la humedad hacía que las piedras de los muros brillaran ante la tenue luz de algunas antorchas. En una parte recóndita de aquella fortificación prácticamente arruinada, estaba la habitación del príncipe, asegurada dentro de la roca misma de la montaña que le servía de cimientos. Y ahí estaba él, solo, mordisqueando sus furias y resentimientos. El rostro que alguna vez había sido bello estaba lleno de cicatrices, y la crueldad de aquellos ojos era rivalizada únicamente por una sonrisa amargada que le daba ese aspecto tan feroz como nocturno.

El soberano esperaba impaciente la llegada del prisionero. Había sido una larga cacería. Todas la astucia del príncipe (que no era poca) fue necesaria para atrapar a su odiado disidente. Las frenéticas tropas habían acosado a su objetivo desde tiempos que ya no podía ni siquiera recordar. Sin embargo su adversario parecía invencible. De todos los obstáculos que hábilmente le había colocado salía siempre librado misteriosamente.

La corte entera esperaba la acariciada promesa de aquel mercenario: “Yo lo
mataré”.

Junto al príncipe merodeaban nerviosos guerreros de un aspecto estremecedor. En una esquina, se encontraba un personaje con un martillo. Sus golpes eran contundentes, tenía una fuerza portentosa. Sus sorpresivos ataques eran de una efectividad sorprendente, particularmente ante oponentes de corazón débil. Él había tratado de aniquilar una y otra vez al enemigo del príncipe, pero su martillo y sus ataques sorpresivos mellaban las fuerzas del contrincante, pero no le destruían.

Mientras el guerrero del martillo daba vueltas por la habitación del príncipe, otro mercenario más temible observaba sus manos, perfectamente cuidadas. Nadie podría creer que era un guerrero, y en eso estaba su fuerza. Su rostro femenino, las maneras dóciles, un lenguaje sutil y penetrante eran suficientes para que sus contrincantes quedaran rendidos a los pies sus perfumados encantos. Sin embargo, tras aquel rostro bello y atrayente había un corazón podrido.

Había muchos otros servidores y combatientes que también habían intentado destruir al enemigo del príncipe. Estaba el gigante de piedra que aplastaba cualquier cosa a su paso, la mujer de hielo que congelaba cuanto tocaba, la mendicante que robaba todos los recursos materiales de sus enemigos y los dejaba sin medios para combatir, también estaba la peste, que a los corazones más curtidos acababa haciéndolos caer en la desesperación.

Y a pesar de tan feroces adversarios, el enemigo del príncipe siempre había salido airoso de todos los combates. Maltrecho, herido, lastimado en lo más profundo, pero vivo, y es que bastaba con que quedara un pequeñismo aliento de vida para que volviera a crecer y, peor aún, a fortalecerse.

Todos los intentos habían sido vanos, hasta que llegó un nuevo mercenario de una región alejada. Cuando le vieron entrar a la corte del príncipe todos se burlaron de él. Su aspecto no tenía nada de temible. Parecía un campesino común y corriente. Pasaba desapercibido por donde merodeaba. Aquel aspecto ordinario era su escudo, más efectivo que uno de hierro forjado. Cuando se presentó al príncipe prometiendo que mataría al enemigo todos rieron con excéntricas carcajadas. Sin embargo, nadie rió cuando extendió su mano y mostró unos pequeñísimos alfileres. El guante que protegía las manos de aquel mercenario de aspecto vulgar contenía miles de millones de diminutos alfileres. Al instante los arrojó hacia uno de los soldados de la corte. Nadie vio aquellas insignificantes agujas volar por el aire. Ninguno vio tampoco cómo penetraron la armadura del soldado. Ni siquiera la víctima sintió cómo se clavaron aquellas puntas afiladas en su carne. El personaje dijo al príncipe “No tengo prisa. Puedo matar a tu enemigo como ya he matado a tu soldado. Lo ves de pie, y no siente nada. Volveré en seis meses y me dirás si crees que puedo aniquilar a tu adversario.”

Y, efectivamente, pasaron seis meses. El soldado comenzó a sangrar a las pocas semanas. Eran gotas imperceptibles. Las puntas de los alfileres se habían clavado en su carne creando millones de heridas imperceptibles, tan menudas que era imposible verlas y por tanto curarlas. El soldado sufrió una agonía larga, aunque indolora. Simplemente moría un poco cada segundo. Hasta que un día, sin que nadie pudiera evitarlo, el soldado cayó muerto ante el irremediable mal que el mercenario había arrojado sobre él.

El príncipe, con mueca maligna, esperaba ansioso la llegada del cautivo, su perenne enemigo había caído en su trampa, creyendo que aún estando preso nada podrían contra él. “Muy equivocado” meditó el príncipe.

Las horas de espera fueron largas y llenas de agitación. El mismo aire escapaba de los pulmones del soberano que esperaba ansioso la llegada del cautivo.

De pronto, se abrieron las puertas del recinto y los soldados arrojaron al centro de la pieza una figura de deslumbrante belleza. Ni siquiera los golpes brutales habían podido empañar aquel rostro resplandeciente. No era esa belleza lo que enervaba al príncipe, era aquel poder que tenía de rejuvenecer a quien tocara, de llenar de esperanza el corazón que acariciaba. El soberano del castillo detestaba profundamente el brillo que aquel enemigo imprimía en aquellos a los que se acercaba.

El príncipe se puso de pie y se acercó al prisionero macilento. Sin tocarlo
(no podría soportarlo) le habló muy cerca del oído.

-Te has burlado de mí. Me has humillado, has hecho lo que has querido en lo que me pertenece. Has resistido todos mis ataques. El Mal Carácter, con su martillo te debilitó, pero seguiste en pie. La ambición con su belleza sensual te arrebató pero no te mató. Y lo mismo ocurrió con la Enfermedad, la Pobreza, y con todos mis aliados.

El príncipe sonrió malévolo y mientras caminaba en círculos contra su contrincante, paladeando el momento de su triunfo.

-Creíste que todo lo podías... mmmm... Amor... Amor... –repitió el príncipe diciendo aquel nombre casi con asco- ¿Quién te crees tú que eres? ¿De donde has salido? ¿Por qué osas meterte en mis dominios? ¿No sabes que tengo poder en toda la tierra? ¿No sabes que soy mas astuto, más viejo, más inteligente y más poderoso que tus seres humanos, a los que tanto cuidas? Amor... Qué nombre tan repugnante. “Nada puede contra el amor” –dijo el príncipe con expresión burlona- “El amor lo puede todo, el amor rompe barreras” ¡Basura! –la expresión del príncipe se volvió rabiosa y atroz y mientras hablaba sus manos temblaban de la ansiedad con las que las pronunciaba. “Este es MI tiempo, MI momento, MI mundo...”

El príncipe se desplomó pesadamente en su trono.

-Pero ha llegado tu fin. ¡Traigan al mercenario!

Las órdenes fueron cumplidas de inmediato, y ahí apareció la ordinaria figura del interesado. Caminó hasta donde estaba el amor. Con rostro tranquilo le observó.

El príncipe dijo entonces “¡Hazlo!”. El guerrero de aspecto normal metió su mano enguantada en una bolsa y extrajo un puñado de sus artefactos mortales. Hizo el ademán necesario para arrojarlo cuando el príncipe interrumpió la ejecución.

-¡Espera! Antes de que lo hagas... ¿Cuál es tu nombre?

El combatiente ordinario solo pronunció dos palabras.

-La rutina.

Wednesday, June 01, 2005

pensando en clases..!lo que hace la ladilla en calculo! la pensadera  Posted by Hello

Amigo Verso

Encontrarse por suerte con el camino perdido. que tiene algo de hierba surgiendo entre las grietas Con parte del asfalto derruido y un poco ...