
Hay formas que se van proyectando bajo la lejana lucidez del sueño. Se acercan y se alejan lentamente, recordándome la manera en que se mece el mar. Existen noches en que todo se torna claro y es fácil ver las verdaderas almas de estos cuerpos, pintados sobre la intangible tela del sueño. Se puede sentir que estas vanas figuras están repletas de vida... de la verdadera vida, de la verdadera conciencia de que estamos profundamente dormidos en ese infinito océano. Como un volcán que descansa, hasta que el alma de la tierra lo enciende y entonces al fin estalla, erupcionando llamas vivas sobre la superficie. Lo que creíamos muerto, sumido en un eterno letargo, resurge de sus cenizas como un ave fénix, lleno de furia y repleto de amor. Solo entonces, bajo esa extraña lucidez del sueño, puedo comprender que somos ese ave que renace, ese volcán que estalla... Sin embargo al despertar, solo permanecen algunos vagos recuerdos de la verdad y vuelvo a vivir en la inconsciencia, sin saber que sigo dormido, que son contados los amaneceres y larga la noche de lo irreal.