Saturday, June 10, 2006
Almarë
Otra vez, martes, cerca de la una, todo en silencio. Han pasado veintiocho días y la inmensa y pálida luna se vuelve a asomar exactamente por el mismo sitio que las otras veces. El color azulado de su luz ilumina su dulce cara: la hipnotiza, la cautiva; aunque parece que su propia tez brilla más que la blanca piedra. Ella espera impaciente su llegada, mientras su corazón se debate entre el miedo y el deseo. Su estómago se empieza a encoger a medida que siente que ya queda menos para que se presente. Su vello se eriza y sus pupilas se dilatan hasta casi cubrir por completo las cuencas de sus ojos. Esta impaciente. Aún recuerda como fue la primera vez: todo igual que ahora pero con la inocencia de no tener idea de que a partir de aquel momento, sus sentimientos, sus deseos, sus anhelos más profundos que escondía en el fondo se sus entrañas se tornarían diferentes para no volver a lo que hasta ese día habían sido. Cada vez que pensaba en aquella vez la cabeza le daba vueltas, y sus recuerdos caían vertiginosamente a lo más profundo de su alma, tan rápido que le daba vértigo. Ella lo espera, como siempre encogida en su cama, enrollada entre las húmedas y frías sábanas, con el centro de sus ojos clavados en la luna, mientras sostiene la cálida manta hasta cubrir su nariz. Se acerca la hora cuando de repente reconoce aquella inquietante y fantasmagórica sombra que ya asoma por el lateral de la ventana. Se acelera, su presión sanguínea aumenta debido a la taquicardia que le produce cada vez que le visita; entonces se relaja y sus pupilas retroceden como enemigo vencido. Poco a poco se acerca hasta ponerse tan cerca de ella que ya casi ni lo diferencia de la oscuridad donde no llegaba la calmante luz de la luna. Cada segundo que pasa su temperatura va aumentando, igual que el resto de las veces que han compartido aquel pequeño universo que es su habitación. Pero jamás la ha rozado, ni una sola vez ella ha sentido contacto alguno sobre su suave, tersa y blanquecina piel. No puede comprenderlo, ella nunca ha sido así, jamás había sentido aquel deseo de poseer lo que no podía ser poseído, lo que no podía ser tocado. Aquello le había cambiado, le había vuelto impaciente y nerviosa. Nerviosa e impaciente porque espera que rápidamente pasen otros veintiocho días para volver a experimentar el deseo de lo que no puede ser deseado, de lo que no debe ser deseado. Cada vez que estan juntos suceden cosas que no pueden explicarse con palabras, que por miedo a estropear la realidad no deben explicarse con palabras. Como las otras veces todo acaba de pronto. La oscuridad de lo desconocido se retira, cayendo por la ventana. Ella se queda triste, desolada, pero contenta: porque cada segundo que pasa, falta un segundo menos para volver a la eternidad de ese instante que comparten juntos. Tan solo le queda aquel dulce aroma que se condensa sin explicación por la superficie de sus sábanas, aquellas mismas telas por las que se ha retorcido durante un mes hasta que su querido compañero ha vuelto a visitarla. Ella, como siempre, lo esperará con impaciencia.
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3 comments:
Que bonito!!...
Me gusto!
saludos!!
es precisamente esa falta de contacto lo que aumenta su deseo..
Buena historia... condensa varias pasiones humanas interesantes...
bye!! ^^
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